viernes, 22 de octubre de 2010

MIedo

Este relato y el que le sigue tienen como consigna transmitir que el personaje siente miedo, pero sin mostrarlo de una forma explícita.
Lunes 5:00 am. , una pesadilla me impide seguir durmiendo, me despierto sudoroso y agitado ¡El mismo sueño que se repite una y otra vez! Camino hacia el baño, me lavo la cara para tratar de olvidar lo inolvidable. Observo mi rostro desconocido y le digo al del espejo que en menos de dos horas debería estar saliendo hacia el colegio. Debería, me repito. Al regresar hacia el dormitorio el dedo meñique de mi pie izquierdo golpea azarosamente con la pata de la cama, induciéndome inexplicablemente a recordar, a recordar los hechos del viernes ¿Existe algo peor en la vida de un niño-adolescente como yo, que un día entero de humillación en frente de toda la población escolar? Sé que TENGO que salir, pero algo me detiene, me dice que no puedo volver a enfrentarlos, a mis pares, a todos.
                Pienso en el suicidio como en mi única vía de escape a este tortuoso sufrimiento. En otras ocasiones ya le he dado vueltas a este asunto, llegando a nulas conclusiones. Sólo sé que siempre he acabado por desechar esa idea por perezoso. A fin de cuentas ¿Qué es el suicidio? Es eliminar a una persona-uno mismo-pero al mismo tiempo estamos cometiendo un genocidio. Esto es así puesto que los demás tienen entidad únicamente a través del sentido que le demos. Entonces ¿Qué hacer? ¿Matarme? ¿Matarlos? ¿Sobré qué lado de la ecuación deberé situarme primero?
                Si la realidad me es un calvario me esconderé en la ficción o en la realidad vuelta literatura, pero que en ese formato más irreal me parece. De un arrebato tomo la máquina de escribir de mi tío ya fallecido y comienzo:
                “Lunes 5:00 a.m. …
De repente, como si nada, la habitación se mostró mucho, muchisimo más oscura que de costumbre, más oscura y más fria también.
La tenue luz de Luna que se colaba tímida por la ventana, comenzaba a ocultarse tras un desfile de suntuosas nubes, que se sucedian unas tras otras, desafiantes, con la amenazante apariencia de quebrar en un instante la quietud del firmamento.
El silencio, cooperaba disimuladamente con la noche combinando con vacios secretos, los deshabitados rincones de la casa. La muchacha permanecía allí, absorta, reposada en la vieja mecedora que se ubica a un lado del espacioso living, frente al ventanal del fondo.
Jugaba distraía, casi sin advertirlo, pretendiendo sincronizar los movimientos de la silla, que se balanceaba entre quejas sobre la ceramica, con el reiterado ritmo de los extiguidos segundos que morian en el interior del reloj de pared.
Permanecía inmóvil, mientras su asiento la acunaba con desgano. Se perdian sus ojos observando el renegrido mar de tinta derramado sobre el cielo, y las hojas de los árboles que bailaban con el viento, presas en aquellas ramas, luchando incansablemente por liberarse. Las nubes se espesaban cada vez con mayor velocidad, cubriendolo todo, hasta la última estrella.
Todo a su alrededor continuaba apagandose, dificultando cada vez más la contemplación. Pensó entonces, cuando tomó consciencia de la oscuridad que la envolvía, que sería mejor encender las luces de la sala, aunque sea una. Con pesadez, despegó la espalda del mullido respaldo que la sostenia, quitó el pequeño libro que apoyaba en su falda, que había traido con intención de leerlo, y que abondonó mucho antes de ojearlo siquiera. Dispuesta a levantarse, estudió con la vista la distancia que la separaba de la lámpara más cercana a su ubicación, pero algo en el ambiente la paralizó.
Petrificada en su lugar, ya ni la silla se movia, con la vista fija en la oscuridad del interior, ¿Del interior? ya todo se habia tornado de un único negro, no distinguía donde terminaba la ventana y comenzaba a ser la imagen de una cortina de sombras reflejadas en un vidrio. Aún así, sabia que su atención se mantenia dentro del hogar.
Intentaba controlar todos sus movimientos con sosiego, parpadeaba con cautela, respiraba con pausas marcadas, hasta sus pensamientos procuraba detener, con tal de no alterar esa inquietante atmósfera que fingía no respirar, sin quitar los ojos de la negrura de la sala.
Algo la sorprendió inesperadamente, una fria corriente de aire, proveniente de la dirección que acusaba con la mirada, la envolvió con fuerza, despeinando su larga y acomodada cabellera. Era imposible, aún sin divisar las secciones de la casa, sabia que acechaba el pasillo que conducia a la cocina. Era un estrecho corto y angosto, sin aberturas, no habia rincón posible por donde pudiera filtrarse una ráfaga, no allí, en medio del living. El dominio que pretendia tener sobre sí misma, se disipó con el viento.

Un escalofrio recorrió su cuerpo, sentia su piel estremecerse. Una sensación inquietante se apoderaba de ella. Con desconfianza, buscaba alguna señal en la impenetrable negrura de la espaciosa habitación. No habia nada, nada ni nadie, ningúna extraña alteración en la quietud de la madrugada, sin embargo, su perturbación no cesaba.
La respiración se aceleró repentinamente, como si el aire quisiera escapar con desesperación de sus pulmones. La tormenta ya habia comenzado, pero ella no pudo percibirlo inmediatamente. Ese "algo" dentro de la casa ocupaba toda su atención.
Su corazón, alterado, galopeaba desorientado a un ritmo desigual. Todo sus músculos se tensaban. La mirada recorría una y otra vez vanamente el perímetro, intentando adivinar lo que escondia esa gran mancha de oscuridad. La luz de un rayo iluminó la sala por unos instantes, esa instantánea claridad le permitió vislumbrar que todo a su alrededor se mantenía en serenidad, aún así, ella no se permitía confiar en la calma, un presentimiento se lo advertía.
Quería correr, correr a su cuarto y encerrarse. Quería llorar, quería gritar. Una sensación de ahogo se instaló en su garganta imposibilitando todo deseo de gritar y de llorar, solo un oprimido y debil jadeo lograba atravesar la opresión. Necesitaba correr, correr y huír de esa misteriosa sala, de esa enigmática situación.
Sus pies, torpemente comenzaron a responderle. Vaciló un instante, y se apresuró a correr escaleras arriba,  hacia el dormitorio. Sintió que la seguían.
Con brutalidad cerró la enorme puerta de algarrobo barnizado. Sus manos temblaban, dubitativas. Forcejeó unos instantes con la llave, hasta conseguir ganarle al cerrojo. Se avalanzó a encender el velador de bronce que se ubicaba sobre una pequeña mesa de pino que utiliza para leer.
Una vez allí, encerrada y segura bajo la luz eléctrica, revisó con sospecha los recovecos del armario y debajo de la cama. La tormenta afuera se habia desatado con furia, azotando con violencia los cristales de la ventana. Su ritmo cardíaco comenzaba a normalizarse.
Tomó de la cama su almohadón favorito y el cobertor color uva que reposaba sobre una butaca. Vació el armario por completo, a la vez que apilaba a un lado, una montaña de telas y texturas. Depositó el almohadón, en el extremo más oculto del mueble, improvisando una precaria cama. Se ovilló ahí dentro, en posición fetal, puesto que el espacio no era apropiado para sus medidas. Espió una vez más el lugar, ahora con tranquilidad. Se ocultó por completo bajo la suave manta de microfibra, ni su cabeza se asomaba fuera de aquella repentina guaridad. Al cabo de unos instantes, quedó profundamente dormida.

jueves, 21 de octubre de 2010

Soy un engaño. Soy un diamante que se diluye bajo la lluvia, un castillo imponente de barro. Soy un prisionero sin cadenas, una espada sin filo, un arma sin balas. Soy el exterminador de lo inerte, el sabio de lo más obvio. Soy una risa de compromiso, el amor de un psicópata, la culpa del vanidoso. Soy una lágrima opaca sobre una mueca alegre. Soy la luz de la luna y la sombra de un eclipse. Soy el fatalismo y la esperanza, la tolerancia, un estoico hedonista. Soy el arché en el ombligo, la voluntad paralítica, el poder desmedido. Soy un orzuelo en los labios, una llaga en el párpado. Soy la visita inesperada, un café a medianoche, mil ideas nunca escritas, una pesadilla con final feliz. Soy la causa sin efecto, la justa ocasión de la imprudencia. Soy un dios impotente, terrenal, el herrero del cielo invertido.
Soy perverso y mentiroso, ¡Pero soy un creador! Soy un artista que le da sentido a su vida, que corre campo a través bajo ningún cielo, sin metas, sin final, sin gloria; pero sabiendo que cada golpe al trote bajo mis pies son los tambores repicando del ardor dentro de mí que forja su camino. Es lo que me eleva por sobre el populacho, la conciencia de mi farsa, la seguridad de mi verdad. Tengo luz propia, y calor! Un calor que no se apacigua nunca y que alimenta hasta a mis enemigos.
He quemado el velo de Maya y no vislumbré nada nuevo tras él, es más, mis instintos gritan con más pasión por su liberación. Soy un dios, soy fuego y soy poder; soy la verdad de mi vida y podría serlo de la tuya si no posees la fuerza necesaria.
Esto es lo que soy...aunque sea sólo un engaño.



 


lunes, 18 de octubre de 2010

Registro del blog

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